MUFACE: un modelo exitoso
El pasado 20 de noviembre, 2024 el diario La Nueva España me publicaba el siguiente artículo:
Se incluyen artículos que yo he escrito y que han sido publicados, bien en prensa general, en prensa profesional o en capítulos de libros
El pasado 20 de noviembre, 2024 el diario La Nueva España me publicaba el siguiente artículo:
Con motivo del X aniversario de la apertura del nuevo edificio del HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias), el diario La Nueva España, de Oviedo, publica un suplemento con todos los detalles de esta historia, en la que escriben varios de sus protagonistas. A mi me tocó impulsar el proceso de fusión de tres hospitales (Ciudad Sanitaria Ntra. Sra. de Covadonga, Hospital General de Asturias e Instituto Nacional de Silicosis
Por haber participado en el inicio del proceso de fusión, fui invitado a participar en este número, con el artículo que figura a continuación:
“La fusión hospitalaria de Oviedo, un prerrequisito para el nuevo HUCA”
La fusión que empieza en 1989
Desde marzo de 1983 hasta finales de diciembre del 1992, casi diez años, ocupé primero el cargo de director Gerente de la Ciudad Sanitaria de Oviedo y, a partir de la firma del convenio entre el INSALUD y el Principado de Asturias en diciembre de 1989, la Gerencia del nuevo complejo formado por la antigua Ciudad Sanitaria, el Hospital General de Asturias (HGA) y el Instituto Nacional de Silicosis.
Me correspondió, por lo tanto, dar los primeros pasos en el proceso de fusión, creo que los más difíciles y delicados, ya que, de haber salido mal, el proceso podría haber descarrilado.
Agradezco a LNE su petición de escribir sobre ese período. Daré mi interpretación, sabiendo que no hay una verdad oficial ni interpretación definitiva y que la historia está siempre pendiente del paso del tiempo, que da otra perspectiva.
Una decisión política bien fundamentada
Obviamente, no me correspondió a mí la decisión política de avanzar hacia la fusión de los hospitales de Oviedo y la posterior construcción de un nuevo hospital (decisiones tomadas conjuntamente desde el principio).
El papel clave fue ejercido por Juan Luis Rodríguez-Vigil, entonces consejero de Sanidad; junto con Eduardo Arrojo, que ostentaba la Secretaría General de Asistencia Sanitaria en el ministerio que presidía Julián García Vargas. También tuvo un papel relevante el entonces director provincial del INSALUD, Francisco Ortega; así como el delegado del Gobierno en Asturias, Obdulio Fernández, siempre con la activa ayuda de José Luis García. Antonio Masip, entonces alcalde de Oviedo, también estuvo implicado en la operación.
Lo importante de estos procesos es que estén bien fundamentados. ¿Qué hizo llevar a impulsar un proceso tan complejo? En el caso de Oviedo se vio el difícil encaje de dos hospitales de referencia en Oviedo, en el marco de la creación de una red hospitalaria pública por toda la región; la dificultad de tener dos hospitales del máximo nivel en Oviedo, siempre compitiendo por actividad y recursos y duplicando servicios; las dificultades financieras del HGA; y, por último, ciertos problemas estructurales graves del edificio del HGA.
La fusión y el nuevo hospital no fueron ocurrencias
En España, muchos de los hospitales actualmente existentes son fruto de fusiones, como el Hospital Universitario Valdecilla, en Santander; el Hospital Universitario de Navarra, en Pamplona; el Hospital Dr. Negrín, de Las Palmas, por citar solo algunos.
También fuera de España se producen fusiones hospitalarias (Reino Unido, Francia, Alemania, Portugal y Estados Unidos). Es emblemático el proceso que dio lugar al Hospital Universitario Karolinska, en Estocolmo, fruto de la fusión de dos hospitales situados entre sí a una distancia de 30 kilómetros.
Igualmente se plantea en los hospitales el debate reforma/nueva construcción. Hay situaciones en la que los edificios pre-existentes ya no pueden seguir cumpliendo una función hospitalaria moderna y es preferible ir a una nueva construcción. Es la decisión que ha tomado recientemente el Hospital Clínic, de abandonar su vetusto edificio en el centro de Barcelona para ir a unas instalaciones en las afueras de la ciudad.
¿Quiere esto decir que la fusión y el nuevo hospital eran la única opción? Por supuesto que no, nunca hay una opción única. Se podía haber optado por una alianza estratégica entre los tres hospitales y tratar de reformar los edificios pre-existentes, opciones que también se barajaron. Pero se consideró que, pensando en el largo plazo, era mejor optar por la vía de la fusión y el nuevo edificio.
Las dificultades del proceso
A pesar de la buena fundamentación de lo que se pretendía hacer, seguramente en el proceso de decisión se infravaloraron las dificultades.
Todas las fusiones empresariales son complejas pero el proceso de fusión hospitalaria de Oviedo era especialmente complicado por el tamaño de la operación en camas y personal; y por la personalidad tan distinta de las instituciones a fusionar.
A eso hay que añadir las limitaciones para la gestión de los hospitales públicos españoles, con una normativa administrativa, tan lejos de la gestión empresarial; y una política de personal totalmente obsoleta
La ejecución y puesta en marcha
Para la puesta en marcha del proceso se constituyó un equipo extraordinario. Aún a riesgo de alguna omisión involuntaria, no quiero dejar de mencionar a Rafael Sariego, Abelardo Román, Ignacio Martínez, Alfonso Medina, Avelino Viejo, Carmen Ruibal, Juan Jeannot, Carmen Eguren, Manuel G. Bernardo, Dámaso Bances, Rosa María Simó y tantos otros.
El planteamiento era que el equipo directivo asumiera todo el coste de la operación, sin que los posibles errores cuestionaran la decisión política, considerada un valor a preservar. Porque errores hubo, ¿cómo no iba a haberlos, si tenemos en cuenta la complejidad de la operación y nuestras limitaciones -quiero decir, las mías-?
En el libro “La implantación del hospital moderno en España”, sobre la historia del Hospital General de Asturias, de José García, se lee (pág. 164): “La implantación de un nuevo sistema y una nueva organización no se pudo saldar sin costes personales. Algunos de los jefes del hospital provincial … fueron separados mediante expedientes disciplinarios”.
Nosotros no teníamos la voluntad de recurrir a ningún expediente y la intención fue siempre la de contar con todos los profesionales, fuera cual fuera su entusiasmo o identificación con el proceso de fusión. Era el papel del equipo directivo tratar de convencerles de las bondades y las razones del proyecto.
Para la puesta en marcha del proyecto adaptamos desde el inicio seis ejes estratégicos:
¿Qué hubiera pasado si no se hubiera hecho la fusión?
Esto es especular, pero posiblemente, nos encontraríamos hoy con tres hospitales públicos en Oviedo, con dificultades para su desarrollo, y realizando su actividad en unos edificios inadaptados para la medicina actual.
El proceso de fusión que se llevó a cabo en lo que para algunos puede ser considerado casi prehistoria, permite hoy al nuevo HUCA plantearse otras ambiciones: ocupar un espacio destacado en el panorama hospitalario nacional e internacional; poder captar al mejor talento; convertirse en un polo de innovación y desarrollo; interactuar con el conjunto del sistema sanitario. ¿Por qué no soñar? ¿No es eso lo que hicieron en Oviedo a finales de los 50 y principios de los 60 del pasado siglo, en un entorno político más desfavorable, los que impulsaron el Hospital General de Asturias?
A raíz de la anunciada Ley de Gestión Pública e Integridad del Sistema Nacional de Salud, publiqué el 20 de mayo en La Razón un artículo, cuyo pdf se adjunta:
Las empresas privadas no son el problema de la sanidad
Con motivo del anuncio de la candidatura de Asturias a alojar la Agencia Estatal de Salud Pública y la aparición de varios artículos sobre el tema, escribí en La Nueva España, de Oviedo, un artículo titulado: «Agencia Estatal de Salud Pública, ¿merece la pena la batalla?«.
Para acceder al PDF del artículo: La Agencia Estatal de Salud Pública
El texto completo del artículo es el siguiente:
La Agencia Estatal de Salud Pública, ¿merece la pena dar la batalla?
Aunque sobre este tema ya se ha pronunciado un editorial de “La Nueva España” y están trabajando tanto instituciones autonómicas como municipales, lo que se pretende con este artículo es resaltar la dificultad de esta batalla y, a pesar de todo, la conveniencia de darla.
La Ley General de Salud Pública de 2011 ya creaba lo que llamaba un Centro Estatal de Salud Pública (nótese la denominación de “Estatal”, tan del gusto de los nacionalistas, frente a, por ejemplo, la Agencia Española del Medicamento), como organismo adscrito al Ministerio de Sanidad. A pesar de todo, nunca se puso en marcha.
Más tarde, en el 2020, vino la pandemia y quedó clara la necesidad de disponer de un organismo de este tipo. Esta misma necesidad también fue evidente para los trabajos de la Comisión de Reconstrucción Social y Económica y, posteriormente, en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (componente 18 del Plan).
Esto llevó al gobierno a presentar un proyecto de ley en la pasada legislatura, dónde el Centro ya tenía la configuración de Agencia, enfatizando la personalidad jurídica y la autonomía de gestión. La convocatoria de elecciones generales frenó la aprobación del proyecto de ley, que fue recuperado por el nuevo gobierno y reiniciada su tramitación.
Por cierto, recientemente se negoció con el PNV y Junts la no presentación de una enmienda a la totalidad, basada en una supuesta invasión de competencias autonómicas. Esperemos que esta negociación no desnaturalice las características de la Agencia. Ya es sabido que los nacionalistas son tan opuestos al refuerzo del Estado como proclives a la creación de “estructuras de Estado” en sus propios territorios. En este sentido la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS) ha elaborado un documento muy valioso con once recomendaciones para la Agencia.
Este tipo de instrumentos se enmarca en la necesidad de disponer de “órganos de cohesión” en el Sistema Nacional de Salud, con la tipología de Agencias, cuyas características serían la autonomía de gestión, el prestigio científico-técnico y la gobernanza muy plural. Algo similar a la Agencia Española del Medicamento. La no creación de estas Agencias con carácter previo a la generalización de las transferencias fue un error grave, que estamos pagando. Otras posibles Agencias, muy comunes en otros países, podrían ser las de Información, Evaluación y Calidad; o Evaluación de Tecnologías, por citar solo algunas.
La discusión sobre la puesta en marcha de la Agencia Estatal de Salud Pública es simultánea a la política del gobierno de desconcentración de las instituciones del Estado, como se ha hecho recientemente con la Agencia de Inteligencia Artificial, adjudicada a La Coruña, y la Agencia Espacial Española, a Sevilla. En ambos casos ha habido un proceso formal de licitación. Incluso en la Agencia de Inteligencia Artificial hubo un recurso por parte de Granada, que el Tribunal Supremo desestimó.
En el caso de la Agencia Estatal de Salud Pública, dada la situación de la legislatura, no es obvio que la ley vaya a ser aprobada y, de hacerlo, que se vaya a optar por la desconcentración, aunque es lo más probable, ya que es algo comúnmente aceptado y que supera el concepto decimonónico de centralización de todos los organismos.
Lo que dice el proyecto de ley es que, una vez entrada en vigor la ley, el gobierno dispondrá de 6 meses para elaborar los Estatutos de la Agencia. Es de suponer que la licitación no saldrá hasta finalizado este plazo.
En todo caso, la batalla ha comenzado y otras seis comunidades, por ahora, se presentan como candidatas a alojar la Agencia: Galicia, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Cataluña, Andalucía y Aragón. En algunos casos, ya se han iniciado muy activas acciones institucionales (con implicación del gobierno, el Parlamento y la sociedad civil), como es el caso de Aragón; o se presentan las fortalezas de cada opción, como hace Andalucía con Granada, que considera como punto fuerte el contar ya con la sede de la prestigiosa Escuela Andaluza de Salud Pública.
Esto obliga a Asturias a pensar, defender y, en su caso, construir, sus fortalezas. Al margen del resultado, este es un ejercicio que tiene su valor y lleno de enseñanzas.
Asturias no ha sido tomada en consideración en dos recientes decisiones sanitarias tomadas por el gobierno central. Como en el caso de la distribución de los 10 equipos de protonterapia que se están instalando con financiación de la Fundación Amancio Ortega (Barcelona, 2; Madrid, 2; La Coruña, Málaga, Sevilla, Vizcaya y Gran Canaria) o los centros integrales del cáncer: La Paz, Madrid; Valle de Hebrón, Barcelona; Hospital de Navarra; Clínico de Santiago, Galicia; Clínico de Salamanca, Castilla y León; La Fe, Comunidad Valenciana; Regional de Málaga, Andalucía; Marqués de Valdecilla, Cantabria; y, Universitario de Donosti, País Vasco.
La batalla es difícil y las posibilidades de ganarla no son, ni mucho menos, del 100%. Pero, es bien conocido que las batallas que se pierden seguro son las que no se dan.
Ante la reciente convocatoria de una OPE (Oferta Pública de Empleo) sanitaria en Asturias, y en otras muchas comunidades, se plantea el problema de si esto es una solución o es simplemente un parche.
Ante esto, he publicado un artículo en el diario asturiano La Nueva España, el pasado 28 de marzo, de 2024.
Ver PDF del artículo, 3Imagen 28-3-24 a las 9.40.png
El texto del artículo es el siguiente:
La macro OPE sanitaria, ¿una buena solución o un parche?
El problema de la temporalidad: una dualización inaceptable del sistema sanitario
La temporalidad ha conducido a una dualización del sistema sanitario con dos niveles: los “propietarios”, con puesto estable; y los “interinos”, de segunda categoría.
Es evidente que esta situación tenía que tener una solución, máxime tras la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de febrero de 2024, en la que considera que España estaría incumpliendo el Acuerdo Marco europeo sobre el trabajo de duración determinada.
La pregunta es: ¿es la OPE la mejor solución?
Las OPEs tiene su origen en el sector sanitario cuando el gobierno en 2001 decidió resolver la temporalidad del sistema sanitario mediante una Oferta Pública de Empleo (OPE). Posiblemente no era la única ni la mejor solución, pero es por la que optó el gobierno, en aquel momento del PP. Esto se instrumentó a través de una ley que incluyó la convocatoria de más de 15.000 plazas de distintas categorías profesionales (de ellas, más de 10.000 médicos). La complejidad de la operación queda reflejada en el hecho de que la resolución de las convocatorias no finalizó hasta seis años más tarde, en 2007, y eso sin tener en cuenta los recursos posteriores.
En definitiva, el sistema de la OPE consiste en acumular las vacantes y cada cierto tiempo hacer OPEs. Y, entretanto, como el trabajo hay que sacarlo adelante, se contrata a interinos, que a veces tienen que estar años en esa situación.
¿Qué sentido tiene hacer una gran acumulación de vacantes un año, para sacarlas en los años siguientes? Si hoy se jubila una cirujana máxilo-facial o se marcha del hospital un ginecólogo y puedo dotarlo inmediatamente y con garantías de concurrencia, mérito y capacidad, ¿para qué esperar?
El problema es que, debido a su complejidad, se producen retrasos en las convocatorias por parte de las comunidades autónomas, lo que genera interinidades de muy larga duración.
Al margen de eso, el sistema de las OPEs está poco adaptado a la cobertura de plazas altamente especializadas en organizaciones complejas, como son todas las sanitarias. Son procesos de selección pensados para cuerpos funcionariales generalistas y de acuerdo con la conveniencia de las administraciones de la función pública.
La propuesta de la Comisión de Reconstrucción Social y Económica
A raíz de la COVID se creó en el Congreso de los Diputados la Comisión de Reconstrucción Social y Económica, cuyo dictamen fue aprobado por el Pleno del Congreso en julio de 2020. En lo que se refiere a la temporalidad en el sector sanitario, el dictamen insistía en la necesidad de “priorizar con carácter urgente medidas para acabar con la precariedad laboral y la temporalidad estructural, no solo a través de medidas puntuales y coyunturales, sino mediante una regulación que establezca mecanismos permanentes de cobertura de puestos, evitando tener que recurrir a la contratación temporal para cubrir vacantes estructurales”.
La comisión no propone OPEs, sino “un sistema abierto y permanente que combine una prueba nacional periódica de competencias (board), con una selección local por concurso, de adaptación a perfil y puesto, posibilitando que la mayoría de las vacantes (por ejemplo, jubilaciones) se puedan reponer antes de producirse”.
Algo similar a eso es lo que ocurre en Francia y en el Reino Unido.
La participación profesional y del centro es imprescindible
En las OPEs como mucho intervienen la administración -muchas veces ni siquiera la sanitaria, sino la de la función pública- y los sindicatos. Pero esto es totalmente insuficiente. Para una buena selección profesional deben tenerse en cuenta las características del centro; el proyecto del servicio o unidad; la necesidad de cualificación diferenciada; la participación de los profesionales y de la dirección del centro, a través de una comisión de credenciales o algo similar; la preocupación para atraer talento no solo nacional sino a veces también internacional. Todo lo contrario a esos procesos masivos e impersonales, que más recuerdan a la incorporación de reclutas en la antigua “mili” que a una selección de personal de alto nivel para organizaciones muy complejas.
Una vacante, una cobertura
El lema debería ser: una vacante, una cobertura con personal estable, no cubrir temporalmente con personal interino, hasta que se decida cuál es el momento oportuno de convocar la OPE.
Naturalmente, aunque esto sería objeto de otro debate, el carácter estable de la contratación no conlleva necesariamente la “plaza en propiedad”, un elemento que da rigidez al sistema y que ahora se agrava con la OPE. En este sentido, podemos decir que es peor el remedio que la enfermedad.
Garantizar la movilidad en el conjunto del Sistema Nacional de Salud
Otro elemento en el que insiste la Comisión de Reconstrucción Social y Económica es la garantía de movilidad en el conjunto del Sistema Nacional de Salud. Esto es importante en todas las comunidades, pero muy particularmente en las uniprovinciales, como Asturias, si no quiere cantonalizarse.
La OPE: un mal menor, una mala solución
En definitiva, la OPE no es la solución a nada. Es, en el mejor de los casos, un mal menor o una solución temporal a un problema muy grave que debería tener otro enfoque totalmente distinto.
Con motivo del 6º aniversario del suplemento de Salud del diario asturiano «La Nueva España», publiqué en dicho suplemento el siguiente artículo, a cuyo PDF puede accederse:
9 propuestas estratégicas para un sistema sanitario en crisis
Lógicamente, tanto el sistema sanitario público como el privado tienen que abordar los acuciantes problemas del día a día. Pero es bueno que también tengan una visión estratégica de los cambios a introducir a medio y largo plazo, una especie de luces largas, que resumiremos en 9 puntos. Todo ello desde una perspectiva amplia de sector: no solo la parte asistencial o de salud pública, también la industrial ligada a los productos sanitarios.
El diálogo y los acuerdos entre los actores que conforman el sistema sanitario -Administraciones Públicas, instituciones varias, empresas, asociaciones profesionales, sociedades científicas, asociaciones de pacientes, etc.- lo consideramos un prerrequisito para abordar los desafíos que enfrenta.
No se trata de un acuerdo puntual, sino de un marco de trabajo permanente. Por otro lado, entendemos que en ese diálogo y acuerdo no solo deben participar los gobiernos y los grupos políticos, sino también y de forma activa los variados actores del sistema sanitario.
Nuestro sistema sanitario -como prácticamente los de todos los países- está fundamentalmente orientado hacia la enfermedad.
Debemos impulsar un cambio de paradigma que lo reoriente hacia la salud (hábitos de vida, conducta alimentaria, ejercicio físico, etc.). Esto implica cambios en las prioridades, financiación, actores principales, perfiles profesionales, etc.
El objetivo es disminuir la carga de enfermedad, única forma de hacer a los sistemas más sostenibles.
A pesar de la reorientación del sistema sanitario hacia el mantenimiento de la salud, seguirá habiendo enfermedades y enfermos, sobre todo, crónicos.
Los pacientes requerirán una asistencia de la máxima calidad, personalizada y de precisión, frente a la forma tradicional de intervención clínica que carecía de instrumentos para segmentar (con la precisión actual) a los pacientes.
Esta medicina dispondrá diagnósticos de precisión basados en múltiples análisis y estudios de todo tipo, lo que permitirá redefinir las enfermedades de una manera más fina (más granular) y, por lo tanto, ofrecer el tratamiento más apropiado para cada patología.
Esto supondrá una asistencia sanitaria más compleja y cara, que hay que abordar.
La actividad profesional sanitaria es muy demandante, por lo que el burnout es un problema en cualquier sistema sanitario.
Eso, junto a la escasez de determinados profesionales y la necesidad de atraer y retener el talento, hace que las políticas de recursos humanos (incluyendo la planificación) tengan un papel central en las políticas sanitarias, algo que nunca han tenido.
El problema, por distintos motivos, afecta tanto al sector público como al privado.
Seguramente nuestro sistema sanitario requiera mayor financiación, con el fin de homologarse con la mayoría de los países más avanzados de la UE y poder abordar ciertos retos pendientes (nueva política de recursos humanos, transformación digital, medicina de precisión, entre otros).
Sin embargo, esta petición solo puede hacerse en el marco de un esfuerzo en materia de eficiencia en costes.
Esto requiere varios elementos: el primero, suprimir mucha actividad que no aporta valor, incluyendo duplicación de pruebas y procedimientos (en línea con la iniciativa de «no hacer», impulsada por el Ministerio de Sanidad, en colaboración con las sociedades científicas); en segundo lugar, facilitar un nuevo marco de gestión que facilite la eficiencia y, por último, medir y hacer pública la eficiencia, mediante la fijación de indicadores a nivel nacional de medición de la misma.
Aunque la actividad sanitaria on-line no comenzó con la pandemia de la COVID-19, ésta la impulsó de manera clara.
La asistencia sanitaria a partir de ahora será híbrida, un porcentaje será presencial y otro porcentaje, tal vez mayor y creciente, on-line. No solo para las consultas, sino para la monitorización, diagnósticos precoces, cirugías, test y todo tipo de actividades.
Hay que avanzar hacia lo que podríamos llamar una medicina colaborativa.
Esto implica mayor coordinación y continuidad de atención entre Atención Primaria y hospitales; mayor colaboración entre el sector sanitario con el social y sociosanitario; más atención multidisciplinar, en el que participen distintos profesionales. Por último, como en todas las sociedades avanzadas, el servicio sanitario público debe ser ofrecido por un conjunto muy variado de instituciones y empresas públicas y privadas, tanto a nivel de aseguramiento como de provisión.
España se ha convertido en una potencia en investigación clínica, algo con lo que no nos hemos encontrado, sino que es fruto del esfuerzo y aprovechamiento de unas condiciones favorables creadas por múltiples agentes: el sistema sanitario, los clínicos, la empresa farmacéutica, la Administración, las sociedades científicas y las asociaciones de pacientes.
Se trataría de aprovechar el acervo de este indudable éxito para extenderlo a la investigación básica y al desarrollo, entendiendo por desarrollo la colocación de productos en el mercado.
La pandemia de la COVID-19 ha evidenciado las dificultades logísticas ―y también el alto coste medioambiental― que supone una excesiva dependencia de tecnologías sanitarias y medicamentos producidos en países lejanos, sobre todo asiáticos.
Es por lo que la Unión Europea acuñó el término «autonomía estratégica ampliada», queriendo indicar la necesidad de impulsar la producción en Europa de muchos productos sanitarios.
España debe incorporarse a ese movimiento, favoreciendo la producción en nuestro país de productos sanitarios (especialmente, aquellos que son estratégicos).
Solo con una visión estratégica a largo plazo estaremos en condiciones de abordar los problemas de un sistema sanitario -tanto el público como el privado- en una grave crisis.
El día 31 de enero de 2022, en la sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados, se presentó el documento 20 años de la culminación del proceso de las transferencias sanitarias en España, documento en el que participaron ilustres protagonistas de las transferencias y otros analistas. El libro fue patrocinado por AstraZeneca y elaborado por BioInnova.
En dicho libro tuve el honor de participar con un capítulo titulado Transferencias sanitarias: un problema sin una gobernanza del Sistema Nacional de Salud, que figura a continuación:
PDF del artículo:
Las primeras transferencias de la asistencia sanitaria de la Seguridad Social (INSALUD) tuvieron lugar a Cataluña en 1981, por lo tanto en el período de UCD en el gobierno y antes de la Ley General de Sanidad (1986). El proceso global de transferencias duró más de veinte años, aunque hubo dos períodos bien diferenciados, el primero, entre 1981 y 1994, en el que recibieron las transferencias del INSALUD siete comunidades: Cataluña, Andalucía, País Vasco, Comunidad Valenciana, Galicia, Navarra y Canarias, en este orden. La conclusión fue en 2002, con las transferencias a las diez comunidades restantes.
Las siete primeras transferencias se hicieron en un largo espacio de tiempo de trece años, las diez últimas en un esprint final de once meses.
Antes de las transferencias de los servicios del INSALUD, seguramente por ser más fáciles al no tener apenas recursos, se habían realizado las de salud pública, a pesar de ser las más discutibles conceptualmente. La pandemia del coronavirus nos puso de manifiesto las limitaciones de ese proceso improvisado.
Siempre, como posiblemente no podía ser de otra manera en un proceso tan complejo, la motivación y el impulso a las transferencias fue de política general y no tanto razones sanitarias. Pensemos, como ejemplo, en lo importante que fue el referéndum en Andalucía de 1980, que en la práctica, difuminó las diferencias entre el artículo 151 de la Constitución, pensado inicialmente para Cataluña, País Vasco y Galicia, y el 143, para el resto de las autonomías. Ese referéndum activó las transferencias a Andalucía, realizadas inmediatamente después de las iniciales a Cataluña. O la voluntad del Presidente Aznar de cerrar con rapidez el proceso de las transferencias sanitarias, según ha sido contado por alguno de sus protagonistas ([1]).
Hay muchas discusiones sobre si las transferencias sanitarias venían obligadas por la Constitución o no. Aunque personalmente creo que no necesariamente (al menos, como se hizo, a las 17 comunidades autónomas), este es un debate que no lleva a ninguna parte.
Seguramente, la razón más importante para las transferencias es que ese planteamiento era más coherente con un Estado de las autonomías tal como se estaba constituyendo, en que es lógico que se transfieran los servicios.
En todo caso, las transferencias son un proceso irreversible. No parece que algunas declaraciones proponiendo devolver las competencias de salud pública tengan la más mínima viabilidad, más allá de la retórica política ([2]). Por lo tanto, la aproximación lógica es la de tratar de sacar todo el partido a sus potencialidades, minimizando algunos posibles elementos negativos, de desintegración del Sistema Nacional de Salud.
¿A qué nos referimos por instrumentos de cohesión? A ciertos organismos (en general con la denominación de Agencias), cuyas características fundamentales son una cierta independencia del poder político, un alto nivel técnico y profesional y una amplia participación en su gobernanza de agentes clave, todo ello con la voluntad de dar un soporte técnico sólido al enfoque de ciertos problemas del sistema.
Este tipo de instrumentos se han puesto en marcha en muchos países, incluso en algunos con sistemas sanitarios muy descentralizados.
Nos referimos, por ejemplo, a las Agencias para la calidad y actividad clínica ([3]); evaluación de medicamentos ([4]); salud pública ([5]); evaluación de tecnologías médicas ([6]); transparencia y difusión de la información ([7]); impulso a la e-salud ([8]); promoción de los intereses de los pacientes ([9]); etc.
La Ley de cohesión y calidad en 2003, tras haber completado el proceso de transferencias, por lo tanto a posteriori, quiso abordar el problema de la cohesión. Pero lo hizo con unos instrumentos (cartera de servicios, planes integrales, Alta Inspección) que se mostraron poco efectivos. Sobre la cartera de servicios, no se añadió una Agencia independiente, para garantizar su actualización; los planes integrales, aunque interesantes, son de efecto limitado; y, en cuanto a la Alta Inspección, desde el principio no resultó un instrumento útil, dado su rechazo desde las comunidades autónomas.
Hay que tener en cuenta que las transferencias sanitarias no son solamente una descentralización administrativa, sino una «devolución» ([10]) política, lo cual quiere decir que las comunidades deben ser capaces de definir sus propias prioridades y la forma de alcanzarlas.
Esto quiere decir que la uniformidad no es un valor del Sistema Nacional de Salud, más bien lo contrario, la diversidad es un valor.
Ahora bien, para que sea realmente un Sistema, como se define, y no un conjunto de sistemas, el Sistema Nacional de Salud debe tener unos atributos comunes, sobre los que se ha reflexionado poco. Aún sin un riguroso análisis jurídico, consideramos atributos comunes del Sistema Nacional de Salud:
Si todo esto es ámbito común, ¿qué se deja a las competencias de las comunidades autónomas? Muchas cosas: el priorizar o no sanidad en el presupuesto público, más allá de un mínimo que garantice el cumplimiento de la cartera de servicios; la propia cartera, añadiendo o no prestaciones a la cartera común; el modelo de gestión (desde esta perspectiva, la pretensión del Ministerio de Sanidad de declarar la gestión pública directa como la “preferente”, incluido en el Anteproyecto de ley de equidad, universalidad y cohesión, en tramitación cuando se escriben estas líneas, nos parece un atentado a las competencias de las comunidades autónomas); muchos aspectos de la política de personal (marco retributivo, incentivos, categorías profesionales, proceso de selección y evaluación, etc.); elementos del propio modelo asistencial; relaciones con el sector privado, etc.
Lo que es importante es tener claras las reglas de juego.
No es solo que se transfirieran los servicios sanitarios de forma simultánea a las diez comunidades que todavía no las habían recibido, es que también se disolvió el INSALUD.
Con todos sus posibles defectos, el INSALUD era un importante tampón técnico. Esas funciones no fueron sustituidas por nadie, ya que el Instituto de Salud Carlos III, que podía haber asumido esas funciones, nunca lo hizo, más allá del apoyo a la investigación; y el Ministerio de Sanidad, muy limitado en sus capacidades, nunca fue un órgano técnico, sino político.
Es así que se hicieron las transferencias sin que las comunidades dispusieran de un órgano técnico de referencia, lo cual es tanto más grave por cuanto la mayoría de las comunidades que recibieron las transferencias tenían menos de dos millones de habitantes y estaban con unas administraciones en construcción, con lo que su capacidad para constituir órganos técnicos de alta cualificación estaba más que limitada.
Es así que los servicios de salud transferidos quedaron al albur exclusivo de una dirección política, no siempre conocedora de las complejidades del mundo sanitario, que actuaba sin contrapesos técnicos, caldo de cultivo ideal para toda clase de errores y decisiones equivocadas.
Antes de entrar en estos temas, debemos mencionar lo que no nos parecen problemas de las transferencias. A veces se aducen las grandes diferencias en financiación sanitaria de las comunidades autónomas o las inequidades en recursos, resultados y acceso como consecuencia de las transferencias. Nada más incierto. Esos problemas ya estaba ahí antes de las transferencias y tampoco parece que estas los hayan agravado ([11]).
Entre los efectos positivos, seguramente una comprensión más certera de la problemática territorial de la sanidad, muy difícil de entender desde organismos centralizados, que tienden a ver todo desde la perspectiva de una cierta uniformidad. También una incardinación de la sanidad en proyectos regionales, muy importante, por cuanto la sanidad hay que enmarcarla en las políticas de salud, que son por definición intersectoriales.
Pero, junto a estos efectos positivos, los negativos son muy evidentes:
Es bueno conocer estos problemas, no tanto para cuestionar las transferencias, que nos parecen irreversibles, sino para sentar las bases que nos permita sacar toda su potencialidad, minimizando sus problemas y garantizando los atributos del Sistema Nacional de Salud.
Durante la pandemia se generalizó la utilización del término “cogobernanza”. Con independencia del uso de este concepto para justificar la inhibición del gobierno central en ciertas decisiones, lo cierto es que el concepto tiene un fondo de verdad: las limitaciones del Ministerio de Sanidad para ejercer un liderazgo en solitario en el Sistema Nacional de Salud, si no es compartiéndolo con otros organismos, instituciones y colectivos.
El error es haber aplicado la “cogobernanza” solo con gobiernos (los de las comunidades autónomas, en el Consejo Interterritorial) y no con el conjunto de agentes del sector. Haciendo un juego de palabras, podríamos decir que ha habido «cogobernanza», pero no gobernanza, tal y cómo esta se interpreta de participación de los distintos agentes.
Pero hay que reconocer que hay un fondo de verdad en el concepto de “cogobernanza” y que, bien definida, puede ser una solución.
Ante los problemas de un Sistema de Salud totalmente descentralizado, algunos ([12], [13]) proponen dar competencias ejecutivas al Consejo Interterritorial, algo que nunca tuvo ya que fue siempre fue un órgano de coordinación, no ejecutivo.
Creemos que los problemas del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud no son la falta de ejecutividad de sus decisiones sino la de “alimentar” su actividad con dos “inputs” importantes: los derivados de una participación del conjunto de agentes del sector y las informaciones y posiciones técnicas a partir de órganos técnicos especializados.
El dar competencias ejecutivas al Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud seguramente traerá más problemas que soluciones y parece difícil de aceptar por parte de las comunidades autónomas.
Un foro dónde el gobierno comparta con las comunidades autónomas sus decisiones sobre el Sistema Nacional de Salud y dónde tanto el gobierno central como las comunidades autónomas reciban el “input” tanto de la representación de los agentes principales del sistema, como de los órganos técnicos nos parece algo bastante más efectivo que una teórica “ejecutividad de sus decisiones”.
El elemento clave para sacar todas su potencialidad a las transferencias y neutralizar los problemas que se han detectado es dotar al conjunto del Sistema Nacional de Salud de un modelo de gobernanza bien definido y maduro, basado de una mucho mayor participación de los distintos agentes y dotarse de unos órganos de cohesión.
En cuanto a la participación se trataría de modificar la composición del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, dando entrada en el mismo a una representación ciudadana y de pacientes; así como a los profesionales, representados fundamentalmente por las sociedades científicas.
En cuanto a los órganos de cohesión, habría que constituirlos, mediante un sistema multi-agencias, modelo AIReF (Agencia Independiente de Responsabilidad Fiscal). Por lo menos las siguientes:
Este planteamiento permitiría retomar una agenda reformista, fundamentalmente en los dos grandes temas olvidados en la Ley General de Sanidad: el modelo de gestión, para que las instituciones sanitarias avancen hacia un funcionamiento más empresarial y menos administrativo; y el régimen de personal, para superar el rígido modelo estatutario e ir montando formas más flexibles de relación de los profesionales con el sistema.
[1] Declaraciones de Rubén Moreno, “Luces y sombras de las transferencias: 15 años después”, El Médico Interactivo, 22/3/2017, https://elmedicointeractivo.com/luces-sombras-transferencias-sanitarias-15-anos-despues-20170322125517110945/ (consultado 9 diciembre, 2021)
[2] Vara propone que las regiones devuelvan las competencias de salud pública al Gobierno
El Periódico de Extremadura, 10/17/2014, https://www.elperiodicoextremadura.com/extremadura/2014/10/10/vara-propone-regiones-devuelvan-competencias-44585804.amp.html (consultado 9 diciembre, 2021)
[3] Care Quality Commission, en el Reino Unido; Agencia Nacional para la Evaluación de la Calidad en sanidad y organizaciones sociales, en Francia; Instituto para la Calidad y la Eficiencia, en Alemania; Instituto Nacional para la Sanidad, en Holanda; Agencia para la Salud y Servicios Sociales, en Suecia
[4] NICE, en el Reino Unido; Consejo de Evaluación de Medicamentos, en Holanda; la Agencia para los Medicamentos, en Noruega; la Agencia para los Medicamentos y Productos Dentales, en Suecia
[5] Agencia de Salud Pública, en Francia; el Instituto Nacional de Salud Pública, en Italia; el Instituto Noruego de Salud Pública, en Noruega
[6] Agencia para Productos Médicos, en Suecia
[7] Agencia para la información en atención hospitalaria, en Francia; el Instituto para la Calidad y la Transparencia, en Alemania
[8] ASIP Santé, en Francia; la Agencia Sueca para la e-salud, en Suecia
[9] Healthwatch England, en el Reino Unido
[10] «Devolución» es el término que se emplea para este tipo de transferencias a entes territoriales con autonomía política.
[11] López-Casasnovas, G, Rico, A
La descentralización, ¿parte del problema sanitario o de su solución?
Gac Sanit 2003; 17 (4):319-26
[12] Martínez García, JM
Luces y sombras de la actual descentralización sanitaria en España
Fundación Giménez Abad, 26 junio, 2019
https://www.fundacionmgimenezabad.es/es/luces-y-sombras-de-la-actual-descentralizacion-sanitaria-en-espana (consultado 10 diciembre, 2021)
[13] Comparecencia de la Organización Médica Colegial en la Comisión de Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados, 2/6/2020
https://www.congreso.es/docu/comisiones/reconstruccion/informes_comparecientes/390_20200602_DC_Sr_Romero_Aguit.pdf, (consultado 10 diciembre, 2021)
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La Razón, ¿Que pasaría si hubiera otra pandemia?
El 31 de enero de 2022, coincidiendo con el segundo aniversario del diagnóstico del primer caso de COVID en España, que tuvo lugar el 31 de enero de 2020 en La Gomera (Canarias), el periódico La Razón me publica el siguiente artículo:
¿Qué pasaría si hubiera otra pandemia?
Una gran crisis para un gobierno nuevo
El primer caso de COVID en España se confirmó el 31 de enero de 2020, hace exactamente dos años. El nuevo gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos se había constituido el 7 de enero de 2020, por lo tanto muy pocos días antes de la aparición de la crisis. Era un gobierno de confrontación ideológica más que de gestión, con una mayoría parlamentaria precaria y heterogénea, que dificultaba cualquier iniciativa parlamentaria, y poco dispuesto a llegar a pactos con la oposición.
Posiblemente el peor de los contextos políticos para abordar una crisis de esas características, dónde la competencia técnica, la capacidad de impulsar iniciativas legislativas y obtener el respaldo del Parlamento para ciertas medidas y el logro de acuerdos de amplio espectro, eran claves.
Gran impacto sanitario y económico
Con datos a 28 de enero de 2022, obtenidos del Coronavirus Resource Center de la Universidad Johns Hopkins, España es uno de los países con más alta mortalidad por COVID. Con 197,05 muertes por 100.000 habitantes, quitando a unos pocos países, como Estados Unidos, Bélgica, Italia y Reino Unido, la mayor parte de los países desarrollados y casi todos los europeos tuvieron menor mortalidad por 100.000 habitantes que España. Nos referimos a Francia, Portugal, Austria, Suecia, Luxemburgo, Suiza, Alemania, Irlanda, Canadá, Holanda, Dinamarca, Finlandia y Noruega, por citar solo algunos.
Pero es que en impacto económico España también destaca. En un reciente informe de The Economist publicado el 1 de enero de 2022 y en el que se compara la evolución de distintos indicadores económicos durante la pandemia en 23 países, se llega a la conclusión de que algunos países se han comportado especialmente bien, como Dinamarca, Noruega y Suecia; Estados Unidos razonablemente bien; otros países europeos como Reino Unido, Alemania e Italia, claramente peor. Pero el peor de todos era España.
Dos fases en la gestión de la pandemia: del «mando único» a la «cogobernanza»
En su fase inicial, se confió demasiado en las muy predicadas fortalezas del sistema español, no se tuvieron en cuenta algunas debilidades del sistema (como la precariedad de la Salud Pública), hubo una reacción tardía, nos enfrentamos a serios problemas de compra de material, se dio un alto número de profesionales infectados y muertos. Durante mucho tiempo asistimos a la escasez de test y no existió un planteamiento general de detección de portadores ni un rastreo de los afectados y faltaron enfoques especiales para los grupos de riesgo.
En la primera ola, se adjudica al Ministerio de Sanidad el «mando único» de la crisis, en base al estado de alarma. Pero este Ministerio llevaba lustros de casi irrelevancia y tenía una débil de capacidad de gestión, como se puso de manifiesto con las compras que al principio pretendió abordar en su totalidad. Tampoco articuló un diálogo y participación con los distintos protagonistas del sector. Se evidenciaron problemas graves del sistema de información. La política de comunicación no siempre fue acertada.
Superado el estado de alarma, en el resto de las olas, el gobierno aprendió la lección de los altos costes de la gestión de una crisis de esas dimensiones, y pasó del protagonismo a la casi inhibición, improvisando una llamada «cogobernanza», que en la práctica consistió en mantener unas reuniones periódicas con las comunidades autónomas, dejando casi todas las decisiones en sus manos, incluyendo algunas que, por afectar a derechos fundamentales, eran luego anuladas por los jueces. Se inventó entonces la «cogobernanza» sin gobernanza, ya que los únicos interlocutores eran gobiernos, pero no el resto de colectivos, agentes y protagonistas del sector, tal y como se entiende en la gobernanza.
Llegado el momento, se fio todo al éxito de la vacunación, lo que se demostró un error ante la nueva variante «ómicron».
Aun con cifras altísimas de COVID, tanto el Gobierno como la SEMFYC, apuestan por la «gripalización», es decir, quitar importancia a la COVID por considerarla similar a una gripe, algo rechazado por prematuro tanto por la OMS como por la Unión Europea. Se confía en que la COVID se transformará en una «endemia», como si, por ejemplo, la endemia de la malaria no hubiera producido 600.000 muertos en 2020.
¿Qué pasaría si hubiera otra pandemia?
Parece claro que la pandemia no es un hecho excepcional o irrepetible, lo que se suele llamar un cisne negro, sino que vivimos en un mundo donde en las últimas dos décadas, hubo brotes epidémicos cada tres años (SARS, gripe aviar H1N1, MERS, Ébola, Zika, etc.).
¿Que pasaría si, como alerta Bill Gates la semana pasada o algunos virólogos como Christian Drosten, llega una nueva pandemia?
Pasaría que los problemas con los que nos encontramos hace dos años no se han resuelto: el Centro de Salud Pública que se anuncia no responde al planteamiento de Agencia independiente que propone la SESPAS y otros muchos colectivos; la gobernanza del sistema sanitario no se ha abordado; ni la participación de los profesionales; ni las relaciones ciencia-decisores políticos; ni el sistema de información; y, seguramente tampoco los suministros esenciales. Se confía todo a la llegada de los fondos «Next Generation», pero sin abordar las reformas necesarias.
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Sanidad: «cogobernanza» sin gobernanza
Artículo publicado en «La Razón», el 24 de diciembre, 2021
Durante la pandemia se generalizó la utilización del término “cogobernanza”. Con independencia del uso de este concepto para justificar la inhibición del gobierno central en ciertas decisiones, lo cierto es que la idea tiene un fondo de verdad: las limitaciones del Ministerio de Sanidad para ejercer un liderazgo en solitario en el Sistema Nacional de Salud, si no es compartiéndolo con otros organismos, instituciones y colectivos.
El error es haber aplicado la “cogobernanza” solo con gobiernos (los de las comunidades autónomas, bien en el Consejo Interterritorial o en la Conferencia de Presidentes) y no también con el conjunto de agentes del sector. Haciendo un juego de palabras, podríamos decir que ha habido “cogobernanza”, pero no gobernanza, tal y como esta se interpreta de participación de los distintos agentes.
El Sistema Nacional de Salud necesita un modelo de gobernanza, particularmente tras las transferencias y muy especialmente tras su generalización en 2002, que se hicieron sin la creación previa de instrumentos de cohesión, como hay en otros países, también con sistemas sanitarios muy descentralizados. La Ley de cohesión y calidad de 2003 intentó introducir, a posteriori, algunos instrumentos de cohesión, pero estos se mostraron poco efectivos.
Cuando hablamos de gobernanza nos referimos al proceso de toma de decisiones, sobre todo en organizaciones complejas como el Sistema Nacional de Salud, dónde hay que tener en cuenta dos valores aparentemente contrapuestos: la preservación de unos rasgos generales del Sistema, que lo identifiquen como tal, y, al mismo tiempo, el respeto al ejercicio de la autonomía política en sanidad por parte de las comunidades autónomas.
En este marco complejo de gobernanza, hay que asegurar al menos dos cosas: una implicación de todos los agentes del sector (pacientes, profesionales, empresas vinculadas al sector, etc.) y el contar con una asesoría permanente sobre temas muy complejos basada en criterios de alto y reconocido nivel técnico y profesional. Esto es lo que en otros países han resuelto con la creación de agencias independientes sobre problemáticas muy variadas: Agencias para la calidad y la actividad clínica, evaluación de medicamentos, salud pública, evaluación de tecnologías médicas, transparencia y difusión de la información, impulso a la e-salud, promoción de los intereses de los pacientes, entre otras.
En ausencia de ese marco de gobernanza, con pandemia y sin pandemia, se genera el caldo de cultivo ideal para toda clase de errores y decisiones equivocadas.
Es por lo que habría que proponer avanzar en la gobernanza del Sistema Nacional de Salud, en primer lugar, articulando la participación de los distintos agentes a todos los niveles, pero muy particularmente en un Consejo Consultivo del Consejo Interterritorial renovado, de consulta preceptiva ante ciertas decisiones. Y el dotarse de un sistema multi-agencias, modelo AIReF, por lo menos las siguientes: Agencia de Información, Evaluación y Calidad; Agencia de Salud Pública, y, Agencia para la transformación digital.
Este planteamiento permitiría abordar una agenda reformista, algo ausente en el Sistema Nacional de Salud desde hace años. Precisamente para prepararnos ante posibles nuevas pandemias, así como para replantear los dos grandes temas olvidados en la Ley General de Sanidad: el modelo de gestión, para que las instituciones sanitarias avancen hacia un funcionamiento más empresarial y menos administrativo; y, el régimen de personal, para superar el rígido modelo estatutario e ir montando formas más flexibles de relación de los profesionales con el sistema.
En sanidad siempre tienen mucho que decir los gobiernos. Esto pasa en todos los países. Es así y debe ser así. Incluso en Estados Unidos, dónde, por cierto, por primera vez en su historia el gasto sanitario público ha superado al privado en 2020. Pero la sanidad no es un tema solo de gobiernos. Es también un asunto de asociaciones de pacientes, de sociedades científicas, de instituciones académicas, de empresas vinculadas al sector, etc.
Una improvisada “cogobernanza”, que además viene y va según evolucionen las cifras de la COVID, diseñada más bien para protegerse del desgaste de ciertas medidas o la ausencia de ellas, no es la respuesta.
En resumen, no puede haber “cogobernanza” sin una gobernanza madura en el Sistema Nacional de Salud.
Ver PDF de la noticia (¿Por qué es importante el acuerdo de MUFACE?)
Con motivo del reciente acuerdo del Gobierno que permite a las aseguradoras seguir en el sistema MUFACE, al llegar a un acuerdo económico por tres años, junto con Julián García Vargas he escrito un artículo sobre la importancia de este acuerdo, que se adjunta.