Sanidad: luces y sombras del acuerdo PSOE-Podemos (enero, 2020)
Luces y sombras de los aspectos de sanidad del acuerdo PSOE, artículo publicado en La Nueva España, de Oviedo, el 2 de enero de 2020
Se incluyen artículos que yo he escrito y que han sido publicados, bien en prensa general, en prensa profesional o en capítulos de libros
Luces y sombras de los aspectos de sanidad del acuerdo PSOE, artículo publicado en La Nueva España, de Oviedo, el 2 de enero de 2020
El pasado 28 de mayo de 2018 , La Razón me publicó una entrevista, cuyo pdf se adjunta:
Recientemente hemos asistido en el Congreso a un episodio que muestra la podemización de una parte del Partido Socialista en sanidad.
Vamos a los hechos. El Grupo Parlamentario de Podemos presentó una moción sobre la privatización de los servicios públicos de salud. En el mismo hay la consiguiente denuncia de cualquier forma de colaboración de la iniciativa privada en la gestión del servicio sanitario público. Los argumentos son los de siempre: falta de transparencia, ausencia de transferencia de riesgo, críticas al afán de lucro en sanidad, etc. Nada nuevo. Como consecuencia de lo anterior, se solicita nada menos que la derogación de las normas necesarias que permiten la provisión privada de la sanidad pública.
Sin embargo, en medio de esta crítica tan furibunda se desliza una posición por parte de Podemos que estimamos razonable: «Las colaboraciones entre la empresa privada y la pública, de existir, deberían darse dentro de un marco de buen gobierno sanitario que no existe en nuestro país». Ya el problema se plantea en otros términos: no puede haber colaboración público/privada porque no hay un buen gobierno en sanidad capaz de preservar el interés público. Este planteamiento nos llevaría a la discusión de que el auténtico problema no es tanto la colaboración público/privada, como la ausencia de buen gobierno en sanidad. Totalmente de acuerdo, lo que ocurre es que esta ausencia es un peligro no solo para la colaboración público/privada, sino también para la gestión pública y para cualquier actividad en el sector.
De todos modos, de la moción de Podemos se deduce un rechazo a cualquier colaboración del sector público con el privado en sanidad, llámese conciertos, concesiones o cualquier otra forma de colaboración.
Lo que nos sorprende es la reacción del portavoz del Partido Socialista en la Comisión de Sanidad del Congreso, Jesús María Fernández, en el debate sobre dicha moción. Dicho portavoz está realizando aportaciones interesantes al debate sanitario, como cuando solicita la recuperación del Fondo de Compensación Interterritorial o la creación de un Fondo de Innovación para estimular desde el Ministerio ciertas políticas. Pero esta vez, dándose cuenta de que el planteamiento de Podemos de rechazar cualquier colaboración público/privado en sanidad es sencillamente inviable y tal vez inspirado en la lógica jesuítica, establece una sutil distinción entre «concesiones sanitarias» y «centros conveniados». Las concesiones, malas; los centros conveniados, algo a respetar. Las concesiones fruto de la «ideología» y los «intereses económicos»; los centros conveniados, seguramente inspirados en el razonamiento lógico y el altruismo.
Una vez alejado del planteamiento inviable de Podemos, se despacha a gusto con las concesiones. Para ello no duda en recurrir a todos los tópicos al uso: «no han podido demostrar ninguna mayor eficiencia», «seleccionar pacientes más rentables y derivar los servicios más costosos al sector público», etc.
Todo ello para acabar apoyando la moción del Grupo Podemos, añadiendo además una enmienda de adicción, por si algo no había quedado suficientemente claro. El detalle de adicción consiste en apoyar al Gobierno de la Comunidad Valenciana en su decisión de no renovar el contrato de concesión sanitaria en el hospital de Alzira.
Muy interesante. Haber empezado por ahí. Ya tenemos la cuadratura del círculo: por una parte nos alejamos del planteamiento inviable de Podemos de rechazo de cualquier forma de colaboración público/privada en sanidad y, de otra, apoyamos la actitud demagógica de la Consejería de Sanidad de la Comunidad Valenciana, que viene atacando a las concesiones, bajo el peregrino argumento de hacer sinónimos sanidad pública con sanidad de gestión pública, como si los servicios que ofrecen las concesiones no fueran también servicios públicos.
No es cosa de desmontar en un artículo tan breve las descalificaciones que se hacen al «afán de lucro» en sanidad como algo absolutamente negativo e incompatible con el servicio público. El afán de lucro significa que hay que compensar al capital invertido vía dividendos o la forma que se establezca. Las empresas pueden hacer una aportación valiosa al servicio público sanitario cuando, una vez realizada esta compensación, son capaces de ofrecer un servicio más barato y de mayor calidad. ¿Es esto imposible?. En absoluto, puede hacerse por la vía de la innovación, de la buena organización y de la gestión eficiente y responsable. Desde este punto de vista, la distinción entre «concesiones sanitarias» y «centros conveniados» carece de sentido. Lo que hay que preguntarse es qué valor aportan al servicio sanitario público unos y otros. Si aportan valor, habrá que impulsarlos. Si no, habrá que replantearse la situación. Sean las malvadas concesiones o los benéficos centros conveniados.
Artículo publicado en el diario «La Nueva España» (Oviedo), 2 junio, 2016
En Asturias estamos asistiendo estos días a una aguda polémica a raíz de la incorporación al Hospital Central de Asturias, el hospital más importante de la región, de 70 médicos por traslado y por criterios únicamente de antigüedad.
La polémica consiste en que los jefes de servicio han rechazado el procedimiento, por considerar que deberían haberse valorado los méritos y las necesidades del hospital, mientras los sindicatos se manifestaron totalmente a favor, estimando que la antigüedad es un buen criterio y una forma de evitar arbitrariedades.
No pretendo caer en el antisindicalismo primario, pero en pocas ocasiones se ha visto de manera tan descarnada el negativo papel que los sindicatos vienen desempeñando en el sector sanitario público a lo largo de muchos años, hasta convertirse en un obstáculo muy serio para las necesarias reformas. Los llamados sindicatos “profesionales” no son una excepción, sino que suelen adoptar incluso las posiciones más radicales. No abogo, por supuesto, por una desaparición de los sindicatos, sino por una práctica sindical no reñida con la inteligencia y el sentido común.
Pero dar la razón a los jefes de servicio no agota el debate, si no planteamos otra serie de consideraciones.
En primer lugar, el propio régimen estatutario, que asimila a los trabajadores sanitarios del sector público a funcionarios, tan hiperproteccionista hacia los profesionales del sector. Con el concepto de “plaza en propiedad” crea una asimetría en la lógica profesional/gestión, a favor de los primeros, que suele impedir la más mínima gestión e introducción de cambios. Por otra parte, la cultura igualitarista, vinculada al régimen estatutario, reacia a la diferenciación y al reconocimiento individual y colectivo, es también muy negativa. Como tantos regímenes hiperproteccionistas se vuelve en contra de los intereses de aquellos a los que se pretende proteger, sobre todo de los profesionales más activos y motivados, primando los intereses de los más descomprometidos. Es así que cualquier reforma del sector sanitario público no es planteable con el régimen estatutario, que debería ser declarado a extinguir y, respetando los derechos adquiridos, realizar las nuevas incorporaciones por la vía del régimen laboral ordinario. Sólo entonces los conceptos de evaluación periódica, promoción, carrera profesional y retribución variable, tan necesarios, tendrán sentido, en el contexto de una gestión de personal madura.
Otro elemento que va implícito en el debate es el de la autonomía de los hospitales y centros sanitarios. Este es un tema que se planteó en los años 80 y 90 del pasado siglo, pero que se olvidó con las transferencias. Con ellas llegó la hegemonía sin límites de las consejerías y el avance hacia la autonomía de los centros sanitarios quedó archivado. Pero no puede haber modernización del sistema sin que los centros sanitarios tengan una mínima capacidad para ciertas decisiones organizativas, de personal y de adaptación de su oferta asistencial.
Por último, el tema de la gobernanza, que incluye una separación gobierno/gestión. Los gestores dirigen la compañía, mientras el gobierno (los miembros del consejo) se aseguran de que la gestión es correcta y que va en la buena dirección. Y con el consejo interviniendo en la selección, evaluación y cese del primer directivo del centro. Sólo así se garantiza una gestión madura. Algún paso en este sentido se está dando en el País Vasco y en una reciente resolución de la Asamblea de Madrid.
¿Antigüedad o méritos?. Por supuesto, méritos, pero sólo en el contexto de superación del régimen estatutario, autonomía de los centros y con una gobernanza que entienda el papel diferenciado del gobierno y de la gestión.
La crisis económica ha golpeado fuertemente al sector sanitario público, cuyo gasto ha pasado de 70.579 millones de euros en 2009 a 61.710 millones en 2013, del 6,5% del PIB al 5,9% . Este significativo descenso del gasto sanitario público, más del 12% en sólo cuatro años, es algo excepcional en el contexto europeo, dónde los gastos sanitarios continuaron subiendo en este período, aunque ralentizando su crecimiento con respecto a épocas anteriores. El gasto sanitario sólo ha descendido en el 2009-2013 en términos absolutos en los países en rescate (Grecia, Portugal, Irlanda), además de en España.
El Gobierno ha sido muy efectivo en la aplicación de medidas de reducción del gasto en el sector sanitario. Este descenso se ha “logrado” fundamentalmente con dos tipos de medidas: acciones sobre el personal, básicamente reduciendo salarios y efectivos, y sobre la industria farmacéutica, disminuyendo el precio de los medicamentos. En términos absolutos es ligeramente mayor el impacto de las medidas sobre el personal, pero en términos relativos de porcentaje de reducción del gasto, la más afectada fue la industria farmacéutica.
Otra característica de esta reducción tan significativa del gasto sanitario público es que fue hecho en ausencia de medidas de reforma que dieran una cierta sostenibilidad a los cambios introducidos (mejoras en la gestión, cambios en el modelo asistencial, lucha contra los gastos evitables, énfasis en la colaboración público/privada, etc.). Tal vez la única excepción fue la introducción del copago farmacéutico a los pensionistas, lo más parecido a una reforma de calado durante este período.
Todas estas medidas hay que contemplarlas en la perspectiva del Programa de Estabilidad, que prevé que el peso del gasto público sanitario se sitúe en el 5,3% del PIB en el horizonte 2018.
Tal vez lo más sorprendente, tras el fuerte descenso del gasto sanitario público, es que la sanidad ha estado casi ausente de la campaña electoral reciente y eso hace pensar que no era un asunto prioritario de los partidos en liza, ni estaba entre las prioridades sociales más evidentes.
La explicación no es sencilla, pero después de los descenso del gasto de 2010-2013, el gasto se estabilizó en 2014 y ha crecido ligeramente en 2015. El deterioro de la calidad sin duda existe, pero su indicador más conocido, las listas de espera, no permite un mensaje muy preocupante de la evolución del sector. En la encuesta de noviembre del CIS la sanidad continuaba sin aparecer como un problema esencial para los ciudadanos.
La pregunta es obvia: si la reacción ha sido escasa, ¿es que estaban justificados los descensos de gasto en sanidad? ¿Acaso gastábamos demasiado y la situación “normal” es la actual?
Lo cierto es que España nunca ha gastado mucho en sanidad, en términos comparativos con otros países europeos. Aunque es cierto que con esta reducción del gasto, España ha cambiado de liga en sanidad. Ha pasado de 1.577 euros/ciudadano/año en 2009, un 12% menos que la media de la Eurozona-19, a 1.348 euros, un 30% por debajo. El mismo fenómeno se da en cuanto al peso del gasto sanitario público. Puede decirse que hemos pasado de estar no demasiado alejados de los países avanzados de Europa en gasto sanitario público, a encontrarnos a la altura de Lituania y Croacia.
A pesar de la escasa repercusión social de las medidas, hay varias razones que abogan por la necesidad de una recuperación del gasto sanitario público: el envejecimiento y aumento de las enfermedades crónicas; necesidades de renovación de equipamiento (totalmente obsoleto como consecuencia de la crisis); aumento de la demanda y mayores exigencias de la misma; aparición de nuevas tecnologías, no sólo farmacológicas sino también en el área de dispositivos médicos; y, por último, la comparativa internacional, fundamentalmente con la Unión Europea de los 15
Naturalmente, este crecimiento del gasto público debe compatibilizarse con medidas de reforma: sólo el aumento de recursos público, junto con el impulso de medidas que inciten al uso responsable de los recursos y que discriminen hacia los que más los necesiten, podrá asegurar un sistema sanitario de calidad y abierto a la incorporación de la innovación, a pesar de los grandes impulsores al alza del gasto.
En este contexto, la principal prioridad de la sanidad pública es la recuperación del gasto perdido en el período 2009-2013, para volver a acercarnos a los niveles de los países avanzados de Europa. Seguramente esto no podrá hacerse en un año, dados los compromisos del déficit de nuestro país, pero sí en el horizonte de una legislatura.
Hemos visto cómo el sector sanitario ha sido castigado por la crisis y, dentro de él, el subsector farmacéutico es el que más ha sufrido en términos relativos. Es lógico que la recuperación del gasto, una prioridad del conjunto del sector sanitario, se exprese con más claridad en la industria farmacéutica.
Es en este sentido en el que hay que contemplar el acuerdo de Farmaindustria con los Ministerios de Hacienda y Sanidad, firmado el pasado 4 de noviembre de 2015. Desde una preocupación por la sostenibilidad, el acuerdo vincula el crecimiento del gasto público en medicamentos innovadores con el crecimiento de la economía: en él las compañías se comprometen por primera vez a indemnizar al Estado en caso de que este gasto crezca por encima del PIB. El acuerdo tiene una vigencia de un año, aunque prorrogable por tres años adicionales. También contempla medidas en materia de eficiencia y de colaboración en cuanto al acceso de los pacientes a las innovaciones.
Por lo tanto, este acuerdo se inscribe en la medidas necesarias para una progresiva recuperación del gasto sanitario, pero siempre desde una perspectiva de sostenibilidad, ligando esta recuperación al crecimiento económico.
El acuerdo, en vez de ser saludado e imitado por otros agentes del sector, fue durante criticado por la Organización Médica Colegial, entendiendo que se inscribe en una lógica de suma 0, con lo que cualquier subida del gasto farmacéutico iría en detrimento de otras partidas, concretamente la de los profesionales. En vez de sumarse a ese esfuerzo de recuperación del gasto sanitario que, en último término, sólo puede entenderse a la larga desde una flexibilización en los plazos o una reformulación en materia de previsiones de gasto público sanitario del Programa de Estabilidad.
Es difícilmente entendible que desde las máximas instancias corporativas médicas se mantenga una beligerancia constante contra la industria farmacéutica, hasta llegar a cuestionar el sistema de patentes. Todo ello en vez de sumarse a sus esfuerzos de recuperación del gasto sanitario público.
Este acuerdo debería ser un ejemplo para el conjunto de actores del sector sanitario, para que focalicen sus prioridades en lo realmente importante: una recuperación del gasto sanitario. Algo que sólo será aceptado por las autoridades económicas si al mismo tiempo se plantean unas medidas de reforma en profundidad del sistema, que aseguren su sostenibilidad a largo plazo. Si esto no ocurre y el gasto vuelve a dispararse, mucho nos tememos que las medidas que se tomen vuelvan a ser las mismas: acciones sobre los profesionales y sobre la industria farmacéutica.
¿Qué queremos decir con “industrialización de la medicina”?
La revista New Medical Economics me propone – y se lo agradezco muy sinceramente- un reto interesante. Resumir en aproximadamente 800 palabras el contenido de mi reciente libro “¿Médicos o robots?. La medicina que viene” ([1]). Teniendo en cuenta que el libro tiene nueve capítulos y más de trescientas páginas, ya se puede entender que la tarea no es fácil.
El título del libro puede confundir, pero de lo que trata, en esencia, es de la industrialización de la medicina.
Se parte de la constatación de que la medicina y la sanidad son hoy en día un gran sector económico, pero cuya actividad central, la relación médico/enfermo, sigue siendo artesanal, es decir, influida por las características personales del artesano, en este caso el médico.
Esto, en la época preindustrial, en la que la relación médico/enfermo era prácticamente la única actividad de la sanidad, era comprensible. “Soy un hombre que está a solas con otro hombre, como en una isla desierta”, decía un famoso clínico berlinés en el siglo XIX. Pero ocurre que, en los últimos tiempos, la relación médico/enfermo sigue siendo la actividad central de la medicina, pero está rodeada de una conjunto muy variado de instituciones y empresas públicas y privadas (Administraciones, aseguradoras, empresas farmacéuticas, empresas de tecnologías médicas, hospitales, laboratorios varios, etc.). Todo un complejo sector, que en los países industrializados alcanza entre el 9-10% del PIB (18% en Estados Unidos). De isla desierta, nada. Más bien esta relación médico/enfermo se parece ahora al concurrido camarote de los hermanos Marx, en la famosa película “Una noche en la ópera”.
Se da así, de forma clara, una posible contradicción entre este gran sector industrial y la actividad central sobre la que se asienta, que es la relación médico/enfermo, por otra parte determinante, en gran medida, de la calidad y coste de la asistencia que se ofrece.
¿Cómo ese gran sector va a asentarse sobre una actividad de base artesanal?. Como sector industrial, sus instituciones y empresas, y también los pacientes, exigen predecibilidad en calidad y costes, justamente lo que no puede ofrecer un sector artesanal. Por eso decimos que la medicina está sujeta a una tardía –en relación con otros sectores- industrialización.
¿En qué consiste la industrialización?. Vamos a empezar al revés, por lo que no es. Entre los médicos la simple palabra industrialización les asusta, interpretándola muchas veces como despersonalización. Pero nada más falso. Siempre la medicina será la aplicación de la ciencia médica general a las características y preferencias personales de cada individuo.
¿Qué es entonces la industrialización en la medicina?. Consiste en la transformación que se da en la relación médico/enfermo, como consecuencia de tres fenómenos: incorporación de tecnología, estandarización de procesos y cambio de roles profesionales.
La relación médico/enfermo seguirá siendo una relación privada, no pública, pero, y ese es el gran cambio, sometida a escrutinio. El médico ya no responde sólo ante sí mismo y ante los colegas –como en el profesionalismo tradicional- sino ante el conjunto de instituciones y empresas que operan en el sector sanitario, que sin estar presentes físicamente en la relación médico/enfermo, aportan valor a la misma y tienen el derecho a conocer y evaluar tanto la calidad como el coste que se genera como consecuencia de esa relación. La historia clínica electrónica permite este escrutinio, imposible de hacer cuando la relación médico/enfermo quedaba escondida en el papel.
De los tres grandes componentes de la industrialización de la medicina, el más difícil de asumir y de implantar, y el que más resistencias va a encontrar, es el cambio de roles profesionales. Será mucho más fácil la incorporación de tecnología y la estandarización de procesos. Partimos de la base de que de lo que hace actualmente el médico, muchas cosas podrán ser sustituidas por máquinas (ordenadores y robots) y otras muchas por otros profesionales, fundamentalmente enfermeros. ¿Qué es entonces lo que queda al médico?. Algo fundamental: la comunicación con el paciente y la orientación de casos complejos. El médico debe estar en la “medicina narrativa”, ayudando al paciente a elaborar una narrativa propia de su enfermedad. Precisamente las grandes eficiencias que vemos en algunas instituciones sanitarias indias (Aravind, Apollo, etc.), que logran hacer ciertas intervenciones por menos de la décima parte del coste que en los países occidentales, vienen dadas, en gran medida, por la juiciosa utilización del trabajo médico, sustituyendo lo que puede ser suplido por la labor de otros profesionales.
De esto trata el libro. De situar este gran cambio en la historia de la medicina; del análisis de los impulsores de este cambio; y, de su profundo impacto sobre los profesionales, las instituciones y la política sanitaria.
[1] Ignacio Riesgo
¿Médicos o robots?. La medicina que viene.
Editorial Rasche, 2015
Entrevista publicada en La Nueva España (Oviedo), en diciembre de 2015, a raíz de la aparición del libro «¿Médicos o robots?. La medicina que viene».
El libro es realmente sobre industrialización de la medicina. Parto de la base de que la actividad central de la medicina y la sanidad ha sido y es la relación médico/enfermo y esta ha sido tradicionalmente una actividad artesanal, en el sentido de que sus principales características venían dadas por el artesano, en este caso el médico. Aunque tardíamente en relación con otros sectores, la medicina está experimentando una industrialización, con la incorporación a esta relación médico/enfermo de tecnología, estandarización de procesos y cambio de roles profesionales. Como en otros sectores, este cambio va a significar servicios de más calidad, más baratos y más accesibles a nuevas capas de la población.
Algunos médicos temen a la industrialización, equiparándola con despersonalización. Pero nada más alejado de la realidad, siempre la medicina será la aplicación de la ciencia médica a las características particulares de cada individuo.
Hacia finales del siglo XIX el gran clínico berlinés Scheweninger decía al referirse a la relación médico/enfermo: “Soy un hombre que está a solas con otro hombre, como en una isla desierta”. Pero hoy en día el sector sanitario es muy complejo y está constituido por múltiples instituciones y empresas públicas y privadas, que en los países industrializados representan en torno al 9-10% del PIB, quitando a Estados Unidos, que están ya en el 18% de PIB dedicado a sanidad. Por lo tanto la relación médico/enfermo ya no se parece hoy a una isla desierta, sino, más bien, al concurrido camarote de los hermanos Marx. Empresas farmacéuticas y de tecnología médica, aseguradoras, provisores, Administraciones sanitarias,… todas están presentes, en sentido figurado, y aportando valor a esa relación médico/enfermo. Y, puesto que aportan valor, no hay intrusos, todos tienen su sitio en la relación médico/enfermo, que sigue siendo una relación privada, no pública, pero, y ahí está la clave, sometida a escrutinio. La historia clínica electrónica, al sacar a la práctica médica de su encierro en el papel, permite este escrutinio.
Este gran cambio que representa la industrialización va a tener un gran impacto en todos los actores del sistema sanitario: en los profesionales, en las organizaciones sanitarias, en los ciudadanos y en las Administraciones sanitarias. A destacar el nuevo papel de los ciudadanos, que tendrán cada vez más voz en ciertas decisiones clínicas que les afectan, lo cual está en contradicción con gran parte de la tradición médica. No olvidemos que Hipócrates, el gran fundador de la medicina técnica, es también el padre del paternalismo médico y son conocidas sus recomendaciones de no dar información a los pacientes, sobre todo en cuanto al pronóstico.
La tecnología es fundamental y está permitiendo avances insospechados hace sólo unos años. Pero me parece que el cambio fundamental es organizativo y de modificación de roles profesionales.
En esto debemos ser claros: la mayor parte de la población mundial, es decir, de los 7.000 millones de personas de la Humanidad, no tiene acceso a algo que pueda denominarse servicios sanitarios. En el libro presento un cuadro pavoroso, los 312 millones de americanos tienen un gasto per cápita en salud de 9.500 dólares; los 932 millones de los países de la OCDE, sin Estados Unidos, el gasto está en 3.000 dólares al año; pero los 5.800 millones restantes tienen un gasto sanitario per cápita al año de 90 dólares. Estas necesidades de salud global son uno de los impulsores de la industrialización de la medicina. Imposible dar atención a este ingente número de población con el esquema artesanal de la medicina preindustrial.
No veo la contraposición entre servicio y negocio. Hay gente que rechaza absolutamente el “ánimo de lucro” en sanidad, pero yo no comparto ese criterio. Es posible tener un sistema sanitario financiado públicamente, con empresas sanitarias privadas que aportan valor y tienen, como en cualquier negocio, una compensación vía beneficios.
Por otra parte, sanidad es un sector que va a duplicar su tamaño a nivel global en los próximos años. Se dice que va a pasar de los 6.500 millones de millones de dólares en 2014 a 12.000 en el 2022. Y el gran impulsor de este crecimiento es el desarrollo de las nuevas clases medias, fundamentalmente en Asia.
Por supuesto que tienen futuro, siempre que haya una preocupación por su sostenibilidad, que no es nada fácil de lograr teniendo en cuenta el escenario fiscal, la gran tendencia al alza del gasto sanitario y los compromisos de déficit derivados del Programa de Estabilidad. En España los recortes por la crisis económica han sido nefastos para el sistema sanitario. El gasto sanitario público ha sido 10.000 millones menos en 2013, comparándolo con el de 2009, más de un 12% de bajada, lo que nos ha hecho cambiar de liga en Europa, situándonos a nivel de los antiguos países del Este. Sólo en Asturias la diferencia del gasto de 2009 al de 2013 es de 228 millones. Cualquier programa realista pasa por la recuperación del gasto de 2009 en unos años, lo que no es ni planteable sin ofertar, al mismo tiempo, profundas reformas en el sistema. No todo va a ser pedir más recursos.
Los sistemas sanitarios se han desarrollado como sistemas nacionales, pero cada vez hay más retos globales de salud, que exigen una política y una gobernanza sanitaria global. Ya no estamos hablando de “medicina tropical”, cuando se viajaba a países exóticos, sino de auténticas amenazas globales de salud, que sólo pueden tener una respuesta global.
No sé si se podrá llegar a eso, pero en todo caso estamos muy lejos. Lo que estamos viendo es un cambio epidemiológico con predominio creciente de las enfermedades crónicas, no sólo en los países desarrollados sino en las economías emergentes.
Muchas enfermedades crónicas son prevenibles y por lo tanto el papel de la prevención es fundamental.
Una cierta medicalización de la sociedad es inevitable, ya que responde a que la medicina tiene cada vez más armas que le permite resolver problemas con éxito, hasta ahora absolutamente inabordables por la Humanidad. Dicho lo anterior, hay que impulsar también mucho los autocuidados, o cuidados que uno se da a sí mismo, sin recurrir a ayuda profesional.
La industria farmacéutica, como la de tecnología médica, ha aportado armas eficaces a la medicina, gran parte del aumento de la esperanza de vida se debe a contribuciones de la industria farmacéutica y todo indica que, con los cambios necesarios, seguirá jugando este rol fundamental.
Los enfermeros claramente pueden y deben aumentar su ámbito de actividad. En cuanto a los médicos, de lo que tradicionalmente venían haciendo, una parte será realizada por ordenadores y robots y otra por enfermeros y otros profesionales. Les queda un rol fundamental: la comunicación con el paciente y la orientación de casos complejos. El médico debe estar en la “medicina narrativa”, ayudando al paciente a elaborar una narrativa sobre su enfermedad.
Publicado en la newsletter de la Fundación Economía y Salud
Ignacio Riesgo, médico, gestor y consultor sanitario, ha publicado un libro titulado “¿Médicos o robots?. La medicina que viene” (Editorial Rasche, 2015), http://medicosorobots.es/index.html
Este libro trata de la tardía, en comparación con otros sectores, industrialización que está experimentando la medicina.
La actividad central de la medicina es la relación médico/enfermo. Hace unos años esto era todo el sector sanitario. “Estoy ante un enfermo como un hombre frente a otro hombre, como en una isla desierta”, decía un conocido clínico vienés del siglo XIX. En aquel momento era casi así. Pero ya no hoy. En torno a esa relación médico/enfermo se ha creado todo un gran sector industrial que en los países industrializados representa en torno al 10% del PIB (18% en Estados Unidos).
Es por eso que la relación médico/enfermo ya no se parece a una isla desierta, sino más bien al camarote de los hermanos Marx, en su famosa película “Una noche en la ópera”. Todas las variadas instituciones y empresas que constituyen el sector sanitario no están físicamente presentes en esa relación, pero sí lo están en sentido figurado aportando valor a la misma ¿Podríamos figurarnos lo que sería hoy la relación médico/enfermo sin la aportación de la industria farmacéutica o la de tecnologías médicas? ¿O sin la presencia de la Administración, que hace posible en muchos casos esa relación, financiándola?
Puede haber una contradicción entre este gran sector industrial y la actividad artesanal –la relación médico/enfermo- en la que se asienta. No olvidemos que esta relación es el mayor condicionante tanto de la calidad como de los costes del sector sanitario.
Como en otros sectores, esta industrialización consiste en la incorporación a esa relación de tecnología, estandarización de procesos y nuevos roles profesionales.
Industrialización no significa despersonalización. Siempre la medicina será la aplicación del conocimiento biomédico a las circunstancias personales de cada individuo.
Este gran cambio tiene unas consecuencias para los distintos actores en el sector sanitario:
Que deben ser conscientes que la estandarización de procesos es su know-how fundamental.
Que deben preocuparse de gestionar no tanto lo no sanitario, sino lo que es core del sector: la atención a los pacientes.
Que no son intrusas en el sector, sino que aportan un valor fundamental a la actividad central del sector: la relación médico/enfermo.
Que tendrán que adaptarse a nuevos roles profesionales, muy en particular los médicos.
Que tendrán que impulsar este movimiento de industrialización del sector sanitario, como la única manera de hacerlo de calidad y sostenible.
Un libro de interés para los distintos actores en el sector sanitario.
Entrevista publicada en Diaria Médico (noviembre 2015), a raíz de la aparición de mi libro titulado «¿Médicos o robots?. La medicina que viene»
Ver PDF de la noticia (¿Médicos o robots? La medicina que viene – DiarioMedico.com)
1.- Acaba de publicar un libro titulado ¿Médicos o robots? ¿Por qué robots? ¿Qué ha querido trasladar con este libro?
El libro trata de la industrialización de la actividad core de la medicina, que es la relación médico/enfermo. Esta viene siendo una actividad artesanal, dónde las características del producto son determinadas por el artesano, en este caso el médico. Pero en sanidad se ha generado todo un complejo industrial de instituciones y empresas públicas y privadas, que en los países desarrollados representan entre el 9-11% de su PIB, 18% en Estados Unidos. Hay una contradicción entre este gran conglomerado industrial y las características artesanales de la actividad core sobre la que se asienta. Tengamos en cuenta que la relación médico/enfermo es la que más compromete tanto la calidad que se ofrece como el gasto sanitario. Por eso, aunque tardíamente en relación con otros sectores, el sector sanitario está experimentando una industrialización, en el sentido de estandarización de procesos, incorporación de tecnología y cambio de roles profesionales. Y, como en otros sectores, esto significará servicios más baratos y accesibles a mayores capas de población.
Lo que no es la industrialización, frente al temor de algunos médicos, es algo sinónimo de despersonalización. Siempre la medicina será la aplicación de la ciencia médica al caso particular de cada individuo.
Pero el médico ya no está con su paciente en una “isla desierta”, como se decía antes. Está “rodeado” de otros agentes, ninguno de los cuales es un intruso, sino que aportan valor a esa relación.
2.- Lleva una vida entera dedicado a la sanidad, pero desde muchos frentes, como médico, gestor y consultor. ¿Qué ha aprendido de cada una de estas profesiones?
He tenido la suerte de estar muy contento en todas las fases profesionales de mi vida: como médico, dónde se vive la problemática de los pacientes y los avances de la ciencia médica; como gestor, ya que te permite impulsar proyectos colectivos de gran alcance para las organizaciones; y,
como consultor, que es la posición que más retos ofrece desde el punto de vista intelectual y la que te da una visión más amplia del sector sanitario, dados los contactos con organizaciones muy variadas
Me considero un privilegiado por haber tenido la oportunidad de vivir estas tres facetas profesionales.
3.- ¿Puede un médico ejercer sin pensar en la gestión, en el presupuesto? ¿Puede un gestor sanitario ser un buen gestor si no es médico?
Precisamente porque el médico ya no está en una isla desierta, sino “rodeado” de otros agentes que aportan valor a esta relación, no puede ejercer del todo sin pensar en el presupuesto.
En cuanto a la segunda pregunta, no es necesario ser un buen médico para ser un buen gestor sanitario, aunque es muy frecuente que la gestión sanitaria, sobre todo en organizaciones provisoras, sea ejercida por médicos, incluso en Estados Unidos. Pero ser médico no es ninguna garantía de ser un gran gestor sanitario. Para ser gestor sanitario hay que tener skills de gestión y formación específica. Lo que da el ser médico es un conocimiento de la actividad core del mundo sanitario y, tal vez, una mayor capacidad de diálogo con los profesionales, algo fundamental en las organizaciones sanitarias, que son, como diría Mintzberg,“burocracias profesionales”, dónde el poder reside tanto en la cúpula de la organización como en el núcleo operativo. Por lo tanto, son organizaciones dónde no puede imperar el “ordeno y mando”, sino el continuo diálogo profesional.
4.- ¿Es la gestión clínica una solución?
Lo que no es la gestión clínica es la solución para todos los problemas de la sanidad, como a veces se presenta. La gestión clínica nació para responder a determinados problemas de la organización hospitalaria y para implicar a los profesionales en la gestión de recursos. Ha hecho aportaciones relevantes al sector, aunque también tiene sus pasivos.
Entre los pasivos está el ser presentada como panacea universal, lo que frena la incorporación de otras innovaciones organizativas que se están dando en muchos países. Si la gestión clínica lo resuelve todo, es evidente que no hace falta estar abierto a la incorporación de innovaciones.
Ha sido utilizada por algunos políticos para escaparse de tener un proyecto y de paso halagar a los profesionales; por determinados gestores, para no abordar su verdadera responsabilidad con la actividad clínica; y por ciertos profesionales, para reivindicar una periclitada autonomía. Hay asociaciones profesionales que parecen que tienen como único objetivo la reivindicación de la gestión clínica.
5.- Son muchos los libros, informes y estudios que se elaboran cada año sobre el sector sanitario, su sostenibilidad…. y 20 años después se sigue hablando de los mismos problemas ¿Nadie tiene la fórmula mágica para garantizar la sostenibilidad del sistema o es que los políticos no escuchan lo que dicen los sabios?
Respeto mucho a los políticos. Es más fácil analizar que aplicar las soluciones políticas. Por otra parte, la relación coste/beneficio para un político en la sanidad es muy desfavorable. El coste de ciertas medidas puede ser inmediato y muy alto, mientras que el posible beneficio siempre es a largo plazo. La sanidad es para políticos de Estado, no para los que sólo piensan en una legislatura.
La sostenibilidad es una preocupación fundamental, y nada fácil de lograr si tenemos en cuenta el escenario fiscal, la tendencia al alza del gasto sanitario y los compromisos de déficit del Programa de Estabilidad. Dados los grandes recortes en sanidad en los últimos años, cualquier programa realista pasa por recuperar en unos años el gasto de 2009, lo cual no es ni planteable sin ofertar, al mismo tiempo, profundas reformas en el sistema. No todo va a ser pedir más recursos.
6.- Ahora que estamos en elecciones, deje que le pregunte: ¿Si fuera presidente del Gobierno, qué haría con la sanidad? ¿Y qué no haría?
Tengo la impresión de que la sanidad nunca ha estado seriamente en la agenda de ningún presidente del Gobierno en la democracia. Esto es parte del problema, imposible tomar determinadas decisiones sin una implicación política al máximo nivel. No es así en todos los países. No hace falta más que leer las memorias de Margaret Thatcher para darse cuenta de que estaba en todos los detalles de la política sanitaria en el Reino Unido. Valoro en este caso la preocupación, no necesariamente el contenido.
7.- Ha vivido la sanidad desde dentro y desde fuera ¿cambia la perspectiva?
Como he dicho, he vivido la sanidad como médico, como gestor y como consultor. Indudablemente, la posición cambia la perspectiva. Decir lo contrario es no saber de qué se está hablando.
8.- Es consejero en Ribera Salud. ¿Cómo ha vivido la movilización de la marea blanca por las externalizaciones de Madrid?
No tanto como consejero de Ribera Salud sino como simple persona que lleva trabajando toda la vida en sanidad, la viví con vergüenza. El movimiento de las mareas blancas me pareció y me parece algo absolutamente rechazable. Sin matices.
Ahora vamos a la explicación. En el intento de externalización de la gestión en seis hospitales de Madrid se cometieron, por parte de la Administración de la Comunidad de Madrid, todos los errores posibles, el más importante de los cuales fue la falta de diálogo profesional. Esto no es algo que diga ahora, ya lo dije en un artículo publicado en El País en marzo de 2014. Por otra parte, esto se produjo en el contexto de
los recortes derivados de la crisis económica, que fueron nefastos para el sector sanitario. El gasto sanitario público de 2013 comparado con el de 2009 es de casi menos de 10.000 millones de euros. Hemos pasado de un diferencial de gasto per cápita en sanidad de estar un 12% por debajo de la media europea a estar un 30%. Hemos cambiado de liga en sanidad en Europa, pasando de estar alineados con los países avanzados a estarlo con los antiguos países del Este de Europa.
Dicho lo anterior, nada justifica la irracionalidad argumental, las algaradas callejeras permanentes como forma de solucionar los problemas, la crispación al máximo del sector sanitario durante meses, que ha caracterizado al movimiento de las mareas blancas. Y las asociaciones profesionales, sindicatos y partidos políticos que las apoyaron han contraído una grave deuda con el sector sanitario, por su irresponsabilidad.
Estoy seguro de que la madurez del sector y de sus profesionales, las múltiples asociaciones, instituciones y empresas que conviven aportando valor al sector, se merecen otra forma de diálogo, de análisis y de protesta ante situaciones difíciles.
Volviendo ahora a Ribera Salud, creo que esta compañía es un ejemplo de lo que la colaboración público/privada puede aportar al sistema sanitario público. En el caso de Ribera Salud, esta aportación va dirigida a la Administración, a los pacientes y población en general, a la comunidad en la que se asienta y a los profesionales. Creo sinceramente que la colaboración público/privada ha venido para quedarse y, sin ser la solución de los problemas del sistema, es parte de la solución. Precisamente el rechazo irracional de la colaboración público/privada por parte de las mareas blancas, inspirado en gran medida en razones corporativas, es de los elementos más negativos de este movimiento.
Entrevista publicada en La Razón (noviembre 2015), a raíz de la aparición del libro «¿Médicos o robots?: La medicina que viene»
Ver PDF de la noticia (Entrevista I. Riesgo, La Razón, 8 nov. 015)
El libro es realmente sobre industrialización de la medicina. Parto de la base de que la actividad central de la medicina y la sanidad ha sido y es la relación médico/enfermo y esta ha sido tradicionalmente una actividad artesanal, en el sentido de que sus principales características venían dadas por el artesano, en este caso el médico. Aunque tardíamente en relación con otros sectores, la medicina está experimentando una industrialización, con la incorporación a esta relación médico/enfermo de tecnología, estandarización de procesos y cambio de roles profesionales. Como en otros sectores, este cambio va a significar servicios de más calidad, más baratos y más accesibles a nuevas capas de la población.
Algunos médicos temen a la industrialización, equiparándola con despersonalización. Pero nada más alejado de la realidad, siempre la medicina será la aplicación de la ciencia médica a las características particulares de cada individuo.
No, hay muchas actividades de los médicos que pueden ser sustituidas por máquinas y otros profesionales. Pero la comunicación con el paciente permanecerá como algo absolutamente clave de la relación médico/enfermo.
Hacia finales del siglo XIX el gran clínico berlinés Schewenninger decía al referirse a la relación médico/enfermo: “Soy un hombre que está a solas con otro hombre, como en una isla desierta”. Pero hoy en día el sector sanitario es muy complejo y está constituido por múltiples empresas públicas y privadas, que en los países industrializados representan en torno al 9-10% del PIB, quitando a Estados Unidos que está ya en el 18% del PIB dedicado a sanidad. Por lo tanto, la relación médico/enfermo ya no se parece a una isla desierta, sino, más bien, al concurrido camarote de los hermanos Marx en la famosa película “Una noche en la ópera”. Empresas farmacéuticas y de tecnología médica, aseguradoras, provisores, Administraciones sanitarias,,… todas están presentes, en sentido figurado, y aportando valor a esa relación médico/enfermo. ¿O es que no aporta valor la industria farmacéutica, por ejemplo, a la relación médico/enfermo?. Y, puesto que aportan valor, no pueden considerarse intrusos, todos tienen su sitio en la relación médico/enfermo, que sigue siendo una relación privada, no pública, pero, y ahí está la clave, sometida a escrutinio. La historia clínica electrónica, al sacar a la práctica médica de su encierro en el papel, permite este escrutinio.
Obviamente, el aspecto más fuerte de la sanidad actual es su extraordinaria eficacia frente a muchas enfermedades, que hasta hace no mucho eran absolutamente inabordables. Esto, que hoy nos parece algo normal, es realmente algo muy novedoso en la historia humana. La medicina careció de armas eficaces hasta hace muy poco. Realmente, hasta finales del siglo XIX, la medicina, quitando algunas intervenciones de una primitiva cirugía de guerra, carecía de armas eficaces frente a ninguna enfermedad. Pero la situación actual no es nada, comparada con lo que nos depara el futuro. El mundo de la biomedicina está continuamente incorporando innovaciones diagnósticas y terapéuticas.
Desde un punto de vista global, el mayor reto es que de los 7.000 millones de personas de la Humanidad, la mayor parte no tienen acceso a algo que pueda denominarse servicios sanitarios. En el libro se presenta un cuadro pavoroso, los 312 millones de americanos tienen un gasto per cápita en salud de 9.500 dólares al año; los 932 millones de los países de la OCDE, sin Estados Unidos, tienen un gasto de 3.000 dólares al año; pero para los 5.800 millones restantes el gasto sanitario per cápita al año es de 90 dólares. Estas necesidades de salud global son uno de los impulsores de la industrialización de la medicina. Imposible dar atención a este ingente número de población con el esquema artesanal de la medicina preindustrial.
En cuanto a los retos en nuestro país, el principal es mantener un sistema sanitario público sostenible, lo que no es nada fácil teniendo en cuenta el escenario fiscal, la gran tendencia al alza del gasto sanitario y los compromisos de déficit del Programa de Estabilidad. En España los recortes por la crisis económica han sido nefastos para el sistema sanitario. El gasto sanitario público ha sido casi 10.000 millones menos en 2013, comparándolo con el de 2009, más de un 12% de bajada, lo que nos ha hecho cambiar de liga en Europa, situándonos a nivel de los antiguos países del Este. Cualquier programa realista pasa por la recuperación del gasto de 2009 en unos años, lo que no es ni planteable sin ofertar, al mismo tiempo, profundas reformas en el sistema. No todo va a ser pedir más recursos.
El gran cambio que representa la industrialización va a tener un gran impacto en todos los actores del sistema sanitario, a nivel global y en España. Los cambios afectarán a los profesionales, a las organizaciones sanitarias, a los ciudadanos y a las Administraciones sanitarias. A destacar el nuevo papel de los ciudadanos, que tendrán cada vez más voz en ciertas decisiones clínicas que les afectan, lo cual está en contradicción con gran parte de la tradición médica. No olvidemos que Hipócrates, el gran fundador de la medicina técnica, es también el padre del paternalismo médico y son conocidas sus recomendaciones de no dar información a los pacientes, sobre todo en cuanto al pronóstico.
No, aunque habrá cambios sustanciales en la práctica médica. De lo que tradicionalmente venían haciendo los médicos, una parte será realizada por ordenadores y robots y otra por enfermeros y otros profesionales. Les queda un rol fundamental: la comunicación con el paciente y la orientación de casos complejos. El médico debe estar en la ”medicina narrativa”, ayudando al paciente a elaborar una narrativa sobre su enfermedad.